Los datos presentados en el XVI Congreso Nacional de GeSIDA recuerdan que vivir con VIH implica hoy retos que van más allá del control virológico. Una de las principales alertas llega de un gran estudio español que demuestra que las personas con VIH tienen casi el doble de riesgo de sufrir un infarto agudo de miocardio que la población general, incluso cuando el virus está controlado con tratamiento antirretroviral.
La investigación, titulada HIV infection is strongly associated with acute myocardial infarction, independently of age, gender, and comorbidities: a Spanish population-based cohort study, ha sido liderada por profesionales del Hospital del Mar de Barcelona, del Hospital del Mar Research Institute y del Institut Català de la Salut (ICS).
Como informa Diario Médico, para realizar este estudio se analizaron datos de la base SIDIAP, que recoge información sanitaria de más de ocho millones de personas en Cataluña. El equipo comparó a 10.326 personas con VIH con 30.978 personas sin infección, emparejadas por edad y sexo, y siguió la incidencia de infarto de miocardio entre 2007 y 2019.
Las cifras hablan por sí solas: la tasa de infarto fue de 34,4 por cada 1.000 personas/año en el grupo con VIH, frente a 17,6 en quienes no tenían la infección. Incluso tras ajustar por edad, colesterol, hipertensión, diabetes o tabaco, el riesgo siguió siendo casi el doble. El trabajo concluye que la infección por VIH es, en sí misma, un factor independiente de riesgo cardiovascular, probablemente ligado a alteraciones inflamatorias y metabólicas.
Controlar la salud del corazón
El estudio también identificó un perfil metabólico menos favorable entre las personas con VIH. En este grupo se observó una mayor frecuencia de tabaquismo activo (71,7% frente a 50,6%), más niveles bajos de colesterol HDL (“colesterol bueno”), triglicéridos más elevados y un índice de masa corporal más bajo.
Este conjunto de factores refleja un estado metabólico más vulnerable y una mayor presencia de comorbilidades, que se suman al propio impacto de la infección. Por ello, los autores subrayan la necesidad de incorporar la evaluación y el tratamiento específico del riesgo cardiovascular al seguimiento clínico rutinario de las personas con VIH.
Prevención y diagnóstico precoz
Junto a las comorbilidades, el Congreso ha puesto el foco en un reto que España arrastra desde hace más de 15 años: la prevención y el diagnóstico precoz. María Velasco, presidenta de GeSIDA, recordó que en nuestro país se siguen notificando en torno a 3.000 nuevos casos de VIH cada año, una cifra que se mantiene prácticamente estable a pesar de los tratamientos innovadores y los recursos para la detección y control que han surgido en las últimas décadas.
Casi la mitad de estos diagnósticos (48,7%) se producen de forma tardía, lo que dificulta alcanzar una carga viral indetectable a tiempo y aumenta el riesgo de complicaciones y de transmisión. Esta realidad no responde sólo a cuestiones biomédicas, sino también a factores sociales como la falta de concienciación para hacerse pruebas cuando se mantienen relaciones de riesgo. Todo ello retrasa la entrada en el sistema sanitario y la puesta en marcha del tratamiento.
Desde GeSIDA se insiste en la necesidad de ampliar y generalizar la realización del test de VIH como medida más efectiva frente a esta situación.
PrEP, jóvenes y colectivos vulnerables
El Grupo de Estudio del Sida de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC) ha pedido políticas “más ambiciosas” en prevención y diagnóstico temprano, eliminando cualquier forma de discriminación o estigma.
Entre las prioridades señaladas en el Congreso se encuentran: mejorar el acceso a la profilaxis preexposición (PrEP); facilitar el diagnóstico y tratamiento precoces; asegurar los cuidados, especialmente en personas vulnerables como migrantes; y abordar el aumento de otras infecciones de transmisión sexual y las prácticas sexuales de riesgo entre jóvenes.
Asimismo, se ha vuelto a reclamar la creación de la especialidad de Enfermedades Infecciosas en España, una ausencia que, según los profesionales, limita la capacidad de respuesta organizada y especializada frente al VIH y otras infecciones.