Hablar de neurofibromatosis tipo 2 (NF2) es hablar de una enfermedad rara, progresiva y muy dura. En términos médicos, se trata de una enfermedad genética que provoca la aparición de tumores en el sistema nervioso central, especialmente en los nervios que afectan a la audición y el equilibrio. Con el paso del tiempo, la persona puede perder audición, tener problemas de movilidad, de visión, de coordinación y sufrir dolores crónicos. Es una enfermedad que no sólo afecta físicamente: limita la autonomía, dificulta la comunicación y condiciona profundamente la vida social y laboral.
En nuestro despacho tuvimos la oportunidad de acompañar a un cliente muy joven, diagnosticado con NF2, en un camino largo y complicado. Él ya había pasado por varias cirugías, tenía pérdida auditiva bilateral, alteraciones importantes del equilibrio, problemas de visión y dolores continuos. A pesar de todo ello, intentaba seguir adelante con la ayuda de su pareja y su familia, que fueron un pilar fundamental durante todo el proceso.
Cuando una enfermedad así se cruza en la vida de una persona tan joven, lo cambia todo, ya no sólo la salud, sino también las expectativas de futuro, la posibilidad de trabajar y desarrollarse de manera independiente, y hasta la manera de relacionarse con los demás. En este caso, el cliente no sólo tenía que enfrentarse día a día a las limitaciones físicas y al miedo de que la enfermedad siguiera avanzando; además, debía demostrar ante la Administración y ante los tribunales la magnitud real de esas limitaciones.
El proceso
El proceso comenzó cuando el Instituto Nacional de la Seguridad Social le denegó la incapacidad permanente en cualquier de sus grados. Ni siquiera reconocieron que no podía realizar su trabajo habitual. Ahí es cuando acudió a nosotros en busca de opciones para pelear la resolución.
Tras defender en juicio la situación clínica que padecía el cliente, el Juzgado de lo Social estimó parcialmente nuestra demanda y concedió la incapacidad permanente total, reconociendo y dando visibilidad al menos a que no podía seguir desempeñando su profesión habitual. Pese a ello, quedó abierta la posibilidad de que pudiera dedicarse a otro tipo de trabajo. Sin embargo, tanto él como nosotros sabíamos que no era realista pues lo cierto es que su situación física y sensorial, el dolor crónico y las crisis que sufría hacían prácticamente imposible que pudiera incorporarse a otro empleo, incluso aunque fuera adaptado o sedentario.
Por eso recurrimos la sentencia ante el Tribunal Superior de Justicia. Fue un proceso largo y tedioso, donde el tiempo a veces puede jugar en tu contra. Finalmente, llegó la buena noticia, el Tribunal Superior de Justicia nos dio la razón y reconoció la incapacidad permanente absoluta.
Demostrar lo evidente
Para muchos, “ganar un juicio” puede sonar a algo frío o meramente técnico. Pero cuando hablamos de enfermedades poco frecuentes, degenerativas y discapacitantes, va mucho más allá. Lograr una pensión contributiva de incapacidad no es sólo un papel o una cantidad económica, sino que es la tranquilidad de saber que el sistema reconoce tu situación, que vas a contar con un ingreso estable para vivir con dignidad y que no tendrás que seguir demostrando una y otra vez lo evidente.
La lucha judicial de nuestro cliente nos recuerda la importancia de que cada proceso es único, que detrás de cada expediente hay personas, historias y luchas diarias que merecen ser escuchadas y comprendidas. Es por eso que defender el derecho a una incapacidad permanente no es únicamente aplicar leyes o analizar informes médicos, sino implicarse para que su voz sea realmente escuchada y que la Administración o los juzgados contemplen su situación completa, más allá de cifras y diagnósticos. Porque en el fondo no se trata sólo de ganar un juicio, sino de reconocer y dar valor a quienes, pese a todo, continúan adelante.
Autor:
Alejandro de Paz, abogado laboralista en dPG Legal
