Tener más grasas ‘buenas’ que ‘malas’ en la sangre, procedentes de una alimentación saludable, se asocia con un menor riesgo de sufrir un ictus isquémico, el tipo de accidente cerebrovascular más frecuente. Es la principal conclusión de un estudio liderado por investigadores del Instituto de Investigación del Hospital del Mar y del Institut Català d’Oncologia-ICO l’Hospitalet, que ha desarrollado un nuevo índice capaz de medir, a partir de una simple analítica, la calidad global de las grasas que comemos.
La herramienta, cuyos resultados publica la revista European Stroke Journal, permite ir más allá de los cuestionarios dietéticos clásicos, basados en lo que cada persona recuerda y declara haber comido. En lugar de ello, analiza directamente la huella que la alimentación deja en la sangre: la concentración de distintos ácidos grasos.
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“Durante muchos años hemos tenido que fiarnos de los datos que los participantes nos cuentan, que pueden estar sujetos a error. Ahora combinamos varios ácidos grasos para captar el conjunto de la dieta”, explica la investigadora Iolanda Lázaro, del Grupo de Investigación en Riesgo Cardiovascular y Nutrición del Hospital del Mar Research Institute y del CiberOBN, y una de las responsables del estudio.
Nueve tipos de grasas para “fotografiar” la dieta
El índice se construye a partir de nueve tipos de grasas presentes en la sangre y relacionadas con la alimentación. Seis de ellas proceden de una dieta saludable, rica en frutos secos, aceites de semillas, pescado azul y determinados lácteos. Las otras tres se vinculan a patrones de consumo menos saludables, donde abundan los alimentos ultraprocesados, los azúcares y el alcohol, que aportan un exceso de energía y no ejercen efectos positivos sobre el organismo.
A partir de estos marcadores, el equipo ha diseñado un índice que resume, en una sola puntuación, si el perfil de grasas de la persona se parece más a una dieta cardiosaludable o a un patrón de alto riesgo. El siguiente paso fue comprobar si esa puntuación se relacionaba con la probabilidad de sufrir un ictus isquémico.
Para ello utilizaron datos de la cohorte EPIC (European Prospective Investigation into Cancer and Nutrition), centrada en estudiar cómo la alimentación influye en el desarrollo de enfermedades crónicas. De tres de sus sedes españolas —Granada, Navarra y Murcia— seleccionaron a 438 personas que habían sufrido un ictus isquémico a lo largo del seguimiento y las compararon con otras 438 de características similares que no lo habían padecido.
Un 14% menos de riesgo
El resultado fue claro: quienes presentaban una puntuación más alta en el índice —indicativa de una mayor presencia de grasas “positivas” y menor de “negativas”— tenían un 14% menos de riesgo de sufrir un ictus isquémico. Dicho de otro modo, no sólo importa la cantidad de grasa que se ingiere, sino, sobre todo, su calidad y el equilibrio entre distintos tipos de ácidos grasos.
Para comprobar que la herramienta también funciona en otras poblaciones, los investigadores la testaron en una segunda cohorte muy conocida en epidemiología cardiovascular: la Framingham Offspring Study, en Estados Unidos. Entre más de 2.800 participantes, identificaron 121 casos de ictus y analizaron sus perfiles de ácidos grasos. De nuevo, las personas con mejores puntuaciones en el índice presentaban menor riesgo de ictus, en este caso un 17% inferior.
“La conclusión es sencilla: a menos presencia en sangre de grasas negativas y más de positivas, procedentes de una dieta equilibrada, se reduce el riesgo de ictus isquémico”, resume Lázaro. Y añade: “Con un análisis de sangre podemos determinar si realmente se come bien, al menos en lo que respecta a algunos aspectos de la dieta”.
Del laboratorio a la consulta
Uno de los atractivos de este índice es su potencial traslación a la práctica clínica. La determinación de estos ácidos grasos puede realizarse a partir de una simple gota de sangre, lo que abre la puerta a incorporarlo como complemento a otras analíticas en personas con alto riesgo vascular o con antecedentes de ictus.
Otro de los responsables del estudio, el investigador Aleix Sala Vila, también del Hospital del Mar Research Institute y del CiberOBN, apunta que podría convertirse en una herramienta útil para “ver el estado en un momento determinado y qué cosas se pueden modificar para reducir el riesgo de sufrir una enfermedad cardiovascular y, en concreto, un ictus isquémico”. Es decir, no se trataría sólo de medir, sino de usar esa información para acompañar cambios de estilo de vida: mejorar la calidad de las grasas de la dieta, ajustar otros factores de riesgo y monitorizar su impacto real en el organismo.