El trastorno bipolar afecta a entre el 1 y el 2% de la población mundial y se caracteriza por la alternancia de episodios de exaltación del ánimo y depresivos que alteran de forma significativa la vida de quienes lo padecen. A menudo diagnosticado en la juventud —con una edad media de inicio en torno a los 25 años—, este trastorno se sitúa con mayor prevalencia en personas entre los 18 y los 29 años. Pero además de los síntomas propios de esta condición, la mitad de los pacientes bipolares desarrolla también un trastorno por consumo de sustancias, especialmente de alcohol, cannabis o cocaína.

Este alarmante dato ha centrado buena parte del debate de las IV Jornadas de Patología Dual y Adicciones en Canarias, organizadas por la Sociedad Española de Patología Dual (SEPD), donde se han dado cita centenares de especialistas en salud mental. Tal y como ha explicado César Cárdenes, psiquiatra del Hospital Universitario de Gran Canaria Doctor Negrín, “las personas con trastorno bipolar tienen entre dos y tres veces más riesgo de desarrollar adicciones que la población general”. Una realidad que, según apunta, responde en muchos casos a intentos de automedicación no supervisada, que acaban empeorando el curso clínico de la enfermedad.

Adicciones que agravan y anticipan el debut

Lejos de tratarse de unidireccionalidad, la relación entre bipolaridad y consumo de sustancias es bidireccional, ya que el consumo de drogas también puede actuar como desencadenante del primer episodio de euforia. “El consumo de anfetaminas o cocaína puede multiplicar entre dos y cinco veces el riesgo de aparición de un episodio de este tipo”, afirma Cárdenes. En el caso del cannabis, especialmente el de alto contenido en THC, se asocia con un inicio más temprano del trastorno y un riesgo tres veces mayor de desarrollar episodios.

La coexistencia de ambas patologías —bipolaridad y adicción— es lo que se conoce como patología dual, un concepto ampliamente trabajado por la SEPD y que afecta de forma significativa al pronóstico de los pacientes. Según los datos expuestos en el congreso, hasta un 40% de personas con trastorno bipolar presentan consumo problemático de alcohol, y entre un 20% y un 25% de cannabis. Aunque menos prevalentes, las sustancias estimulantes se vinculan a formas más graves del trastorno, con mayor necesidad de hospitalización y riesgo de suicidio.

Enfoques integrales

La experiencia clínica demuestra que abordar estas condiciones de manera aislada es ineficaz. “Tratar el trastorno bipolar y la adicción como si fueran problemas separados suele conducir a peores resultados”, explica Cárdenes. En cambio, los modelos de tratamiento integrales, que contemplan ambos aspectos desde el inicio, han demostrado una reducción de recaídas, menos ingresos hospitalarios y mejoras significativas en la calidad de vida.

Durante las jornadas se ha defendido con claridad la necesidad de transformar los enfoques asistenciales para adaptarlos a la complejidad de las personas con patología dual, un colectivo con alta vulnerabilidad social, escasos recursos de apoyo y un elevado riesgo de cronificación si no recibe atención específica.

Según se explicó en el congreso, son muchas las personas con trastorno bipolar y adicciones que no llegan al sistema sanitario hasta fases muy avanzadas. En este sentido, el trabajo de las asociaciones de pacientes y familiares resulta crucial, tanto para detectar señales tempranas, como para acompañar en el proceso de diagnóstico y adherencia a los tratamientos.

Estas organizaciones tienen un papel esencial para romper el estigma que todavía rodea a los problemas de salud mental y consumo de sustancias. Asimismo, están impulsando cada vez más espacios de formación en salud mental, campañas de sensibilización y redes de apoyo mutuo, que permiten a las personas convivir con su diagnóstico de manera activa y con mayores garantías de bienestar.