El cáncer de ovario continúa siendo uno de los grandes retos en ginecología oncológica por su agresividad y dificultad para ser detectado en fases tempranas. Aunque se trata de una enfermedad poco frecuente en comparación con otros tipos de cáncer ginecológico, su pronóstico sigue siendo desfavorable debido, en gran parte, a que los síntomas iniciales suelen pasar desapercibidos o se confunden con dolencias menores. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año se diagnostican más de 300.000 nuevos casos de cáncer de ovario en todo el mundo. La mayoría de estos casos se identifican cuando la enfermedad ya se encuentra en fases avanzadas, lo que reduce de forma significativa las posibilidades de un tratamiento curativo.
“La dificultad principal es que, en sus etapas iniciales, el cáncer de ovario puede ser completamente asintomático o manifestarse con síntomas muy sutiles como hinchazón abdominal, dolor pélvico, sensación de saciedad temprana o cambios en el ritmo intestinal. Todo ello puede confundirse fácilmente con molestias digestivas o ginecológicas comunes”, explica la doctora María Contreras, ginecóloga especialista en salud de la mujer.
Pese a que puede afectar a mujeres de cualquier edad, la incidencia del cáncer de ovario aumenta con el paso de los años, siendo más frecuente entre los 50 y los 70 años. Existen además otros factores que elevan el riesgo, como tener antecedentes familiares de cáncer de ovario, mama o colon; la presencia de mutaciones genéticas en los genes BRCA1 o BRCA2; la menopausia tardía; el no haber tenido embarazos; o factores de estilo de vida como la obesidad, el tabaquismo y el sedentarismo.
“La genética juega un papel clave, y por eso es tan importante conocer los antecedentes familiares y valorar, si procede, una consulta de asesoramiento genético”, señala la doctora Contreras. Las mujeres portadoras de mutaciones en los genes BRCA tienen un riesgo considerablemente más alto de desarrollar cáncer de ovario a lo largo de su vida, por lo que la vigilancia activa y el control personalizado se vuelven fundamentales.

Detección precoz: una asignatura pendiente
Actualmente, no existe un programa de cribado poblacional eficaz para la detección precoz del cáncer de ovario, como ocurre con otros tumores como el de mama o el de cuello uterino. Por ello, el diagnóstico sigue dependiendo, en buena medida, de la consulta ginecológica y de la sospecha clínica basada en síntomas persistentes. “Una buena historia clínica, una exploración física cuidadosa, la ecografía transvaginal y la determinación de marcadores tumorales en sangre son las herramientas que tenemos a nuestro alcance. Sin embargo, en mujeres asintomáticas, estas pruebas por sí solas no garantizan la detección del cáncer en fases iniciales”, afirma la doctora.
Ante esta limitación, los especialistas insisten en la importancia de mantener una vigilancia activa, especialmente en mujeres con factores de riesgo. Realizar revisiones ginecológicas de forma periódica puede ser decisivo para identificar signos de alarma que justifiquen pruebas adicionales o un seguimiento más estrecho.

Escuchar al cuerpo y promover hábitos saludables
Uno de los mayores retos en esta patología es la falta de información entre la población femenina. Muchas mujeres desconocen que este tipo de cáncer no suele presentar síntomas evidentes hasta fases avanzadas, lo que hace aún más urgente la labor educativa desde la consulta ginecológica. “La prevención empieza por la información. Nuestro objetivo no es alarmar, sino empoderar a las mujeres para que conozcan los riesgos, consulten ante cualquier síntoma y participen activamente en su cuidado”, concluye la doctora Contreras.
La prevención también pasa por prestar atención a los cambios corporales y adoptar un estilo de vida saludable. La doctora Contreras recuerda que “no hay que subestimar síntomas persistentes como la hinchazón abdominal, el dolor pélvico o las digestiones difíciles, sobre todo si se repiten o se prolongan en el tiempo”.
Desde el punto de vista preventivo, se recomienda practicar ejercicio físico con regularidad, seguir una alimentación equilibrada rica en frutas, verduras y fibra, y evitar hábitos nocivos como el tabaco y el alcohol. Estos factores, aunque no eliminan el riesgo, sí pueden contribuir a mejorar el estado general de salud y facilitar un diagnóstico más temprano si la enfermedad aparece.
Así, frente a una enfermedad tan silenciosa como el cáncer de ovario, la clave está en la escucha atenta al propio cuerpo, el seguimiento médico personalizado y una mayor concienciación social sobre los factores de riesgo y los signos de alarma. Porque cuanto antes se detecte, mayores serán las opciones de tratamiento y supervivencia.